¿Y si la madurez entregara su poso al ayer?
Entonces no hubiera crecido la flor de la alegría en mi seno,
ni la ilusión con sus bombas de éxtasis
habría anidado en mi rostro sin ajar,
ni la lluvia en su efímero cristal
reflejaría el roce de mi piel contra otra piel.
¿Puede, quizá, el río amansarse bajo el destino último del morir?
Así los nombres que a nadie dije, al bies de la luna,
en los soportales heridos por el deseo.
Si son los recuerdos un alma manchada por el círculo de las horas,
no me reconozco en su ceniza,
en el sudario que pesa y quiere ser el manto
que tape la luz que en mí
aún fulge.
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