Son otras las manos que dibujan, sin querer,
el atlas de una vida. El cuerpo ha crecido
bajo la seda como un oráculo que se cumple.
En mis ojos cien chispas de inquietud azulean,
en el mineral de las uñas una prosa de recuerdos
late como un semen perdido. En mi corazón el carmín
de un icono- brujas sin dios, aquelarres ciegos-
se columpia, raíz de la luz entre el pálpito y el olvido.
Apenas su rostro me recuerda el perfil de la niña
que vierte una ilusión en el agua que fluye.
Inviernos vendrán sin color, veranos de flores
encendidas, otoños escarlatas, primaveras
de ausencia sobre las hojas caídas. Un diluvio
invisible poblará mi devenir amputado.
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