Ya no nos tienta la aurora febril
ni el rumor de la noche
viste de insomnio las palabras.
Hay un tiempo en que cruje la tempestad del silencio,
se vuelve un oasis cada cercanía,
cada piel que roza el instante
descubre un don inaudible.
Así tú
cuando la llave de tu sed rompió la ola del deseo,
tu cintura, los pechos, el brillo verde de un iris,
la razón de un silbido en la quietud
que deriva álgido, impostor, letal
para mi corazón oculto.
¿Cuántos los días que vivimos en la transparencia?
Tanta claridad en los nombres, tanto amor
que fluye en la memoria.
Hoy,
con los años que murmuran la finitud del estallido,
un devenir de agua, una rosa vivaz en tu ojal de dama blanca.
Aún persigo el eco de tu voz en mis mareas,
en mis timbales
que, todavía, resuenan al verte.
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