Ha sido, es cáscara de ti-de mí-.
Un ovillo donde creció el deseo-alfombras blancas, plenitud solar-.
La habitación en que guardaste todas las palabras,
los ejércitos de tu iris, el oro simple de lo cotidiano.
Has poblado la luz que, pudorosa, se desliza por tu vientre,
has roto las ventanas con un suspiro de madrugada.
Tú y los espejos, tú la madre y la noche,
yo el delfín amado por tu khol herido.
No imagines la hidra-los pasillos son niebla y duendes,
lugares donde sobreviven los mapamundis, arcilla y tiempo-.
Ha nacido tu sed en el desamparo de cien metros cuadrados.
Me llaman las vocales de tu nombre mientras el teléfono recita la duda,
el ansia, el olvido. Hoy el hogar es un abrazo,
el amor que al regreso te rodea con el insípido desliz de la costumbre.
Ya no sé si me desnudo de cosas que habité
cuando quiero un porvenir de margaritas azules
o ángeles sobre un cielo que no me dibuja.
Esta casa, todas las casas tienen tu rostro.
No huyas. Al entrar invita a la memoria y escúchame
como si un trino desollara tu piel calcárea.
Ten en cuenta que aún nos hablamos en susurros
y que aunque las paredes nos conozcan
siempre habrá un aire limpio, tuyo y mío,
que se vuelva luz o mensaje, eternidad en los ojos
que antes del sueño se aquietan
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