A ti ya te hablaron de ti, con la enfermedad y la luz,
con la paloma que nunca regresó a tu infancia.
El juego que tú soñaste eternidad,
los símbolos que no recordarás al volver a casa,
las historias que designaron espejos,
islas de azúcar o leyendas de guaguas
en las tórridas tardes de la melancolía.
Y un epitafio que no quisiste
sobre la cicatriz que la bruja de ojos verdes enseñó al contraluz;
la herida te visitó con el disfraz del tronco amable hasta la caída,
el dolor de los párpados blancos en una habitación a oscuras.
Sobrevivir a las orillas de la culpa sin un sol ni un faro de madurez.
El náufrago escribe su anhelo en las aulas de la juventud,
imagina un horizonte de frutos silvestres
o un jardín tan próximo al resplandor como la más dulce aurora.
Llegarán las hormigas de la bondad
y las otras, las del canto gris y la muerte;
antes los paraísos de la luz,
las derrotas, también, y una caja donde guardar los sucesos
que no llovieron nunca en tu vida,
pedestales y hojas tristes sobre un camino que ya no querrás desandar,
aunque hoy solo seas esta inquietud que te niega y te vence.
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