Es la ciudad, es el regreso,
es la trampa del depredador, el limbo arcaico de la penuria.
Al atardecer el manto de la culpa sobre los hombros infantiles,
la lágrima cobarde y el breve espacio de las hojas caídas.
Vivir afuera bajo el orgullo y el descubrimiento,
la lluvia, el liquen de la piedra, los juegos y la libertad
que mata a un hombre. Y los relojes en el rosal
y los susurros en los bares perdidos
y la niebla como un ardid de luna en la medianoche.
Después, los jardines invisibles, la búsqueda del torrente
bajo el candor de la urbe, la hembra que llegó
como temblores, sin destino ni verdad.
El futuro se aquieta, es agua enfangada,
peces rubios enredados en alambre,
rojas escarpias que hieren los tobillos.
Solo hay un dios desconocido, la pregunta que no te haces,
la ceniza en tu círculo, las persianas bajadas al fin
sobre un testamento sin letras.
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