En mis pasos la senectud de las horas grises. No así
el cuerpo de robles encendidos ni la esgrima del sexo
anunciando la gloria de una incógnita. Visillos casi abiertos
sobre la calle amplia, el neón perdido en mensaje de alcahueta,
el violín de los pájaros cantando nubes y mar. Ya es nuestro
el candil del bolsillo, madura la sartén de los bistrós, todavía
los comercios reflejan las luces en maniquís hermafroditas
como vestidos que sufren el calor del color. Me dices: "esta noche
los vampiros ululan”, ah! sí, contesto sin un labio ni un meteoro.
Lo importante es el caudal espeso de estas horas ambiguas,
llueve a su manera-llueve sin querer-te enseño las mariposas
y el andar furtivo del ex-soldado. Te detienes al bies de un cristal
donde trepan las hormigas, los cuadros duermen su osadía
de fantasmas, abril amanece en mayo como un surtidor herido.
Aquí está la iglesia, a la tarde dejé un libro en el último sillar,
sigue ahí como un exvoto cautivo para que recites la luz,
el horóscopo y la ternura. Al verte mi espalda se aleja y lloran
los niños que no han podido dormir, las fuentes ahogan a los caballos
mientras la plata y su custodia rezan el oráculo del gran apóstol
o el sueño de las gárgolas imperiosas cuando el agua mana
de su vientre y vomitan tiempo y ceniza en mi boca abierta.
Se acaba aquí el horario que trazamos con hilos y trasluz,
queda en la lengua el sabor de un ron agridulce y la cicatriz
que los insectos van dibujando en el eclipse rojo de la luna.
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