Como la esbeltez de un tronco ante la mirada del sol.
Así la piel contra la piel,
el rubio ardor del silencio,
la metamorfosis del tiempo.
Más tarde la palabra y el refugio del vástago
mientras sudan los días espejos de alas blancas
o aventuras yacentes.
Hay hilos de costumbre en los desayunos,
un adiós sin preguntas que impacta en el cristal
como una masa gris e inhóspita.
El almohadón de la alcoba sueña
con pájaros copulando en la nube,
ausentes del misterio,
desnudos ante la noche.
¿Y, después, qué lágrima de éxtasis,
en dónde la caricia de la ola perdida?
Hablamos y tejemos la telaraña de la ayuda.
Así se revuelca el amor en su jardín de hojarasca.
Siempre es otoño en las pupilas que añoran
la cumbre de los besos encendidos,
siempre es otoño
tras la humedad infinita de la entrega.
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