Podrían hablar los objetos en su guarida.
Una voz sobre otra voz en las horas de la comunión
donde no hay verdad ni palabras ciertas
ni otra simetría que el silencio.
Testigo el viejo mueble de caoba,
las fuentes en la pared de dibujos y filigranas
bajo arcaicos paisajes.
El televisor como un ombligo de paz habla a la luz,
inventa la historia simple del artificio.
Sobre la galanura de la mesa una araña de poliedros,
de lágrimas de cristal, de ribetes sin sentido
lanza su haz de lluvia hasta el oasis rectangular
del mantel orlado.
Estéril el duro invierno, el frío yace en la quietud de los cuadros,
madre es un sol de poniente que ilumina la transición dulce
de los labios carmesí.
El reloj blanco quiere ser pajarita en los cuellos del presente,
el ventanal azulea con la vespertina indolencia de los minutos .
Un aura de fantasmas dormidos puebla la similitud de un almuerzo,
la despedida se oye en el crepúsculo cuando los caballos de la noche
invitan a dispersarse como náufragos que han reconocido, al fin, su orilla.
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