domingo, 7 de octubre de 2018

Las cavilaciones de un hombre enfermo



Debemos valorar a las personas por lo que tienen en su interior

Jack el Destripador

Otra vez, otra vez la canción del agua
en mis manos.

Hay risas y cabriolés
que escupen su sonido
de cascos sangrientos
hacia la duna de la conciencia.

Qué música de organillo en Whitechapel,
qué fiebre de vómitos,
qué resurgir de campanas en la medianoche
alzan el ejército de mi hoguera
hacia la pasión que dibuja un tajo febril
en el relámpago de la lujuria.

Descubro los senos encendidos,
las guirnaldas y los confetis,
el hueco ácido de la voces,
el tintineo de las monedas bajo el corazón hastiado
de la virtud.

Quema el rocío de la niebla en mis dedos
como cuchillos que trepanan la carne
y desmembran la singladura de un solsticio en las venas.

Ah! de la infamia, solo el benefactor presiente
el latido de las alcantarillas.

¿Y si llega hasta aquí
y después levita el sordo augurio de la piedad,
en qué gruta el sorprendido anhelo del perdón,
mi revés de alquimia y penitencia?

Yo busco el alma sin alma
en el vientre del lupanar,
yo el arlequín que imagina
una voraz altura en la pureza de su rito
solo quiero un manjar de muñecas con semen en la boca,
que no hablen,
que no digan cuándo,
en qué instante, aconteció su infierno.

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