Apenas son susurros de madrugada,
la indolencia de la luz cuando atraviesa el polvo de la noche,
pasos que hieren el mosaico del silencio.
Unas letras dibujadas en papeles azules,
espejos que iluminan la virtud de los cuerpos efímeros,
epístolas sin nombre que nunca enviaré
porque duele la razón infinita de la ausencia.
Todos los secretos viven en las paredes que no miro,
todas las voces hallan una cicatriz en la memoria
de los estantes, de las cómodas o de los relojes rotos.
Quizá debiera prorrumpir en grito como si poblara un río extasiado,
en su orilla las palabras mueren de altivez o de orgullo lábil.
Siempre callaré si el sueño es la verdad de una herida,
vigilo la llama que explota en tu corazón de corolas verdes,
nadie, entonces, buscará el aliento del puñal,
la oscura sombra del candado que enmudece el resplandor de la vida clara.
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