Una cruz que olvidó la palabra. Volverá 
la camisa a cuadros como un laberinto azul.
En el café subyace el eco de las pisadas frías, 
los autobuses negros de la desesperanza. 
Una cita inmóvil con las dalias por abrir 
en los sueños de un tren herido. Ella 
habla de cosas que nadie pronuncia 
y es como un ajedrez su noche. Lejos, 
la hospitalidad de los números rojos, 
su rol de sobres lacrados en el aullido.  
La otra, se dibujó en jardines, amó 
las historias del vacío como pájaros 
que odian su cicatriz de sinsabor. No 
muere jamás el círculo ni el comodín
unísono del azar. He aquí la luz que llora.
Muy bonita tu luz. Un abrazo.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Besos.
Muchas gracias por acercarte a mi blog y comentar este poema. Un abrazo.
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