sábado, 2 de noviembre de 2013
Primer amor
Todavía guardo mis juguetes de infancia.
En mi clase sólo existe
tu blusa a rayas, tus jeans metálicos.
Tu rostro tiene el rubor permanente del deseo,
en tus labios se adivina un sol quebradizo y múltiple,
un dibujo ondulante de mil espectros.
Aún no hemos hablado, pero ya conozco tu risa.
Me guías hacia los labios rojos de tu cohorte
(son amigas dispares, una grande y obnubilada,
otra menuda y fértil como un colibrí
de papel)mientras mi imaginación se excita
con versos de caligrafía temblorosa que van
y vienen como olas entre los pliegues de un cuaderno.
Es curioso cómo pasan las estaciones sin dejar huella ni memoria.
A los dieciséis años el tiempo nos parece algo volátil,
una pluma que gira en el torbellino de los días,
un pensamiento que crepita entre pompas de aire y sal.
Llegó el fin de un ciclo y el amanecer fue otra ciudad ya olvidada del mar,
serena como una antigua catedral que absorbiera nuestras conciencias.
Aún nos veríamos en vespertinas jornadas cuando el rumor de la tarde
invitaba a juegos de café, a paseos tranquilos junto a alamedas vacías
o en noches de candiles oscuros con el alcohol hostil hurgando en el adiós.
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