Arrebujado entre las sábanas descubro el lento
paso del día. Es la enfermedad una dimensión
desconocida donde la piel sudorosa derrama
las lágrimas del sueño. Voces sin nombre percuten
como látigos en la conciencia desnuda, las imágenes
ociosas convierten el mecanismo de los relojes
en pasos de fantasma. Cada poco el beso de la madre,
las palabras conciliadoras como un bálsamo frío
y ese olor ocre que va poblando de ecos las paredes
de la habitación sombría. En mis manos un libro de hojas finas
me lleva a la aventura hacia un lugar y un mundo inexistentes.
Vendrá a mi la salud con su capa mágica, pero yo ya seré otro.
Regresará el tiempo a ser ese tiempo hostil y cotidiano
que tanto nos perturba y yo desearé la caricia de la fiebre,
con su ola de vértigo y sus héroes traslúcidos.
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