viernes, 15 de noviembre de 2013

Meditaciones de mi otro yo



Sobrevivir al silencio de la luz y aprender
el confín de las horas viejas.

Afuera del pasillo hay otro pasillo sin memoria,
te busca en la sombra como un laberinto sin hogar.

Pero tú has crecido, después de la grieta,
cuando el semáforo te indicó la llamarada,
cuando la piel del disfraz se volvió roja como
una cruz.

De allí creció un ser desdoblado, pudo la memoria
ejercitar su eco gris de fantasmas para que al fin
los ojos grandes crecieran como sabios eclipses
del misterio.

Mi camino fue un rosal desnudo. Mi camino conoció
la gran ciudad, sus espejos inmóviles, la frialdad
de los anuncios, el infinitivo de unos sábados
de banderas blancas, sólidas como un arpegio.

¿Y si no puedes con el rastro infantil? ¿y si los desechos
del tiempo brillan en tu noche igual que témpanos de luz?

No olvides tu razón callada, has navegado entre párpados
vacíos, entre luminarias cuya falsedad llevaba guirnaldas
o mercurios o cenefas de óxido.

Tu verdad se ha vestido con orines de canción, con simples
frutos que has arrojado al desdén.

Y es que en tu voz aún reconoces una virtud rota, tu furia
y tu templanza, las falacias de un hombre que medita su existir.

Largo es el recorrido de la pregunta ¿será de nieve o será de sol
mi cuerpo?

Sólo un instante separa el dolor del tallo firme.

Si yo pude, tú también podrás ser pilar rojo de tu vida
o de tu noche estrellada.




No hay comentarios:

Publicar un comentario