viernes, 8 de noviembre de 2013

En este país de albura

Otro pájaro en este pájaro vacío. Signos en el aire,
nubes sin vigor, quilómetros de amapolas, una palabra
en la cueva. Volará el silencio y sus impronunciables
almenas nos recordaran el olor de los vicios exactos.
Ahora la prisión del aire, rubios enigmas florecen
en el idioma.¡Mira, ese camino de agua es el río
y aquellos campos la piel de esta tierra noble!. Aún
duermes, prendada en el ayer, viajando en los sueños
con la gracia del felino, acariciándote después de haber
temido la nada, hasta el horizonte que has poblado
de lenguas como un coro que no quisiera olvidarte.
Hoy, aquí, en este país de albura, te reclamo como
un don porque no existe otro dios que el marfil
de las acequias, la luz sin memoria que se adueña
de las plazas, la música de los hospitales o esa mirada
que vagabundea en el tránsito, acariciadora en su dolor.
Son los días cicatriz del mañana, las estatuas un dormido
eclipse de la razón, los juegos malabares vuelan por
encima de las cúpulas cuando tu esbelto talle se inclina
para no acariciar las casas rojas y azules, para no sentir
al hombre de las orejas puntiagudas susurrarte
que el absurdo es inocente, que la maldad guarda
otra belleza que la dulzura, que las inmensas torres
arrastran su cáliz más allá del agua, de la luz perdida.
Quise traerte a este lugar de latidos y sol para no
nombrar el terrible asedio de la duda. Buitres negros
se posan en campanarios oxidados y en las viejas iglesias
un perfume inmóvil deshollina las imágenes sin fe. ¿Qué somos
sino metal, cortinajes invisibles que persiguen al reloj
impío, ese reloj que otra vez has olvidado? Cuando
el círculo se vuelva luz entenderás el mar.

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