No servían mis alas para tu cuerpo de pájaro.
Allí estuvo mi voz y mi ser, tritón de la luz,
áspid tú en la negrura del símbolo.
Revolví mi café con las orquídeas de tu nombre.
Qué latitud abarcaban tus manos,
qué ruiseñor voló en el silencio de este bar vacío.
Llueve sin querer, en el cristal se dibujan los latidos de tu ausencia.
¿Volverás al círculo, al jardín que cierra a medianoche,
a los eclipses sin rostro de la quietud?
Aquel día fui la inocencia del junco entre tus dardos,
el pez que nada sobre una ola fósil.
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