Ni el rastro, ni la huella revelarán la huida
de tu nombre por los ríos del olvido, candidez
al repetir la ilusión del sendero, vas como aire,
sutil cabriola de ángel por las calles vespertinas
con el paso breve de la infancia repetido en pisadas
que juegan a desdecir la hilatura que teje en la sombra
un canal donde la sed de mi alma se extravía,
donde seguirte es ardid de un cauce insólito,
donde, ni el sol ni la luna, iluminan los oasis del ensueño;
allí en los pantanos que la memoria cubre con silencios de cristal
está la errática visión de tus alas, ave en el trasluz de mi ansia ciega.
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