En lo más hondo el lago donde vive la imagen
que guardas de mí, detenida en un gesto de mármol
como estatua que no parpadea ante la luz,
con la serenidad ancestral de la mujer que se sabe
dueña de los ciclos del amor viertes en la distancia
el conjuro que derrota a mi corazón solitario;
de pronto el iris enciende su esmeralda,
la pupila su candil negro, la córnea su mar
de cristal y ya eres la luz que atrae a mi sombra
con el tenue resplandor de unos ojos
que fijan en mí su mirada.
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