Fue en octubre de hace muchos años,
un viernes como otro cualquiera.
El niño regresaba contento a casa,
habían ganado el partido- la ilusión de un niño
consigue que el mundo crezca como crece la alegría
en la boca de los amantes-.
Parados, con el semáforo aún en rojo
aquel hombre le pregunta
por la dirección de un cine de barrio.
“Tiene que subir por esta cuesta señor,
como a cuatrocientos metros está el Roxy,
lo sé bien porque yo vivo más arriba”.
“Vaya, son las siete-dice el hombre mirando el reloj-,
aún falta una hora para que empiece la película
¿te puedo invitar a una coca cola?,
tú y yo vamos en la misma dirección”
Mientras suben la cuesta
el niño- llamémosle Luis- y el hombre hablan,
“¿de dónde vienes? ¿a qué juegas?
¿Habéis ganado?, ¡sí!, ¡eso hay que celebrarlo!,
ven que paramos un momento en mi casa,
está muy cerca si nos desviamos por aquí,
allí tengo coca colas, nos tomamos una rápido
y aun me dará tiempo de ir al cine”
Luis confía, Luis tiene diez años,
Luis es inocente como una flor recién nacida.
El hombre cierra la puerta
después de que haya entrado el niño,
entonces se dirige a él de otra forma,
con el deseo en la mirada ,
con el susurro del depredador en los labios,
con el tacto viscoso de la hiena.
Le pide que le enseñe su pequeño miembro.
“Voy a buscar tu coca cola, te la has ganado”.
Luis escapa, luis corre, luis grita,
luis ha descubierto
que hay mal en el mundo.
Luis mataría a ese hombre
si él ya fuera hombre.
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