Tal vez soy invisible y nadie observa mi espacio,
mi presencia, mi densidad.
Respiro, casi me transformo en color,
los insectos rondan la base de las estatuas,
las flores se excitan con el desnudo de abril,
hay una elipse de calidez que anuncia la raíz del perfume.
Mis pasos son impares,
habito en la quietud de los árboles,
en el rumor de las fuentes,
en el brillo del cristal al sol
cuando el cielo se abre sobre mí,
en esas palomas que, tontamente, llenan las plazas
cabeceando como títeres absurdos.
Feliz día de lluvia,
sin paraguas, con mi viejo impermeable,
y las botas de suela de caucho,
recorro las rúas, infantil como un desliz,
neutro como una solución cáustica.
Me cruzo con humanos de piel y huesos,
los pulgares en los bolsillos,
la mirada sin guía
se distrae con los reflejos del atardecer,
palabras sin sentido se escuchan
entre las gotas frágiles.
Conozco, rutinariamente, los tímpanos de las iglesias,
las losas agrietadas, los soportales húmedos,
las tiendas de abalorios, de souvenirs plastificados,
el azabache y la plata como un arpegio de azar.
Qué bienaventuranza ser olvido,
número entre la multitud,
aire de invisibilidad,
un rostro sin recuerdo,
un pájaro que transita el mundo sin la memoria de una huella.
Estoy bajo la lluvia, borrándome.
miércoles, 9 de febrero de 2022
Un hombre insignificante
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