Yo te escucho y eres un cofre blanco,
la palabra es un don de terciopelo
que se ancla a los labios
como el muérdago a la corteza.
Hay un adiós en el trino de los
acentos,
un significado que muere en la voz oculta,
un narciso imberbe que interroga a la oscuridad
de la palabra no dicha.
Yo te hablo con la luz en los párpados,
quiero un resplandor que anuncie mis
clarines,
quiero decirte en silencio lo que tú
esperas oír.
Lo mismo tú con el estribillo de las
pestañas cálidas,
el verbo que se inclina hacia mi alud,
los adjetivos bárbaros del deseo,
la construcción gramatical de tus
pechos
cuando susurran y yo noto su ardor.
Las palabras nos nombran sin querer,
en cada sílaba late una canción
dormida,
en los perímetros de un fonema
viven los iconos del azar.
Porque se habla desde el ayer y aún no
lo sabemos,
no lo sabemos.
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