En mi lomo de alga, en mi testuz de araña,
en los párpados del lince, estás. Calavera
en el zócalo de la madreselva, un ardor
de margaritas sobre la nieve, un árbol
de cal que ignora el cierzo. Esa filigrana
de oro carmesí que recorre limpiamente
el velamen de tu seno, ese cinturón de amatista
bajo tu ombligo, la cariátide que eleva tu pezón,
castaña negra del desafío. Y la gloria de un pedernal
bajo tus axilas, el himen escarlata en su templo de rizos
dorados, la nalga en su caparazón como un cúmulo
de yeguas pétreas. En tus ojos el jengibre, su rojez
de luna púrpura, calla. Toda tu piel es un perfume
de rododendros escondidos, y si te vas, vuelves,
y si te quedas dibujas un jardín en mi hoguera.
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