Enero se vierte en mi espera.
Recorro los lugares de la brisa,
la ciudad suave y atlántica
donde nunca crece el invierno.
Todo es magia y presagio,
son las horas de la huida,
el lento ventilador del mañana.
Aquí el tren con sus goznes sin oráculos,
allí la despedida como ejes
o alas de pájaro
en el silencio de la noche.
Ya no hay retorno desde la ceniza de las vías,
el insomnio asoma en racimos de ausencia.
Aún no descubrí que los laberintos aproximan las huellas,
que otro designio- departamento veintiuno-
sueña con historias que se columpian en los libros,
auroras del hastío.
Mi mano dibuja en el cristal un sol,
una palmera, el caparazón de una isla.
Entre el estertor del volcán y la palidez de las playas
un hombre contempla los días de su vida.
Y no mira atrás porque el tiempo de las mariposas
acaba cuando no hay otro espacio que un átomo
sin memoria, un brote imberbe
que nace, de pronto, a la luz.
La luz fuente de vida también.
ResponderEliminarBesos.
Gracias, Amapola, por dejar tu huella. Un beso.
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