martes, 22 de febrero de 2022

Las formas del aire

 

Un equinoccio de claridad en su latido,
ejerce su músculo impúber batiendo los alares,
las cornisas, la aguerrida copa de un árbol,
el trazado univoco de las estériles margaritas.

Es su aullido una tiniebla,
el cofre exacto que se abre al dolor,
la ciénaga sutil donde viven los pájaros que huyen del sol.

Su bramido clama en los campos,
empuja los trenes perdidos,
confunde a las gaviotas que arrojan su frenesí
sobre las cangrejas de los galeones,
cuando su llegada es un jardín de espumas
y ya solo se escucha la voz etérea del trueno.

Ven, con tu estertor de apocalipsis,
cúbreme con la hostia caustica de tu gemido,
suenan tus trompetas de Jericó en los goznes del cristal,
un temblor de cuadernas, de sillares,
de paja y mármol, de granito y boj,
de cúpulas como bulbos, de olas que se alzan inclementes
y caen abismadas por tu noche
hacia la simiente del mar,
tu vorágine de alacrán agónico,
el útero donde se ahoga el viento de tanto aullar.

Eres un silbido de fuente,
una voz triste que roza al ciprés del cementerio rojo,
el hacha que, lentamente, acaricia la piedra
hasta el hueso de su columna,
hasta el alfil que resiste como un carámbano confuso.

Pero también eres brisa, dulce amor en la piel,
tibia luz, cálida como el aliento de un niño,
virgen hasta que la lluvia llega
y te cabalga como un semental de agua,
agotándote o respondiendo encabritada,
lúcida, perversa,
ágil como un junco que se cimbrea en la raíz del aire.

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