Le gusta
mecerse,
que se
escuche en la habitación
el canto de
los pájaros.
Como cada día
barrió los suelos,
fregó los
platos, cocinó una vez más
su comida, sin
ganas.
A las cuatro un
episodio de su serie favorita,
a las cinco
esas trifulcas vespertinas
de los programas
rosas.
El rosario
pende del cristo, a las seis toca rezo.
Saldrá, si la
tarde está buena,
a tomar un
chocolate con churros
en la
cafetería de Amelia.
Se acuerda de
sus hijos,
uno en Sudamérica,
el otro en Barcelona,
y de su
nietos que crecen en la fotografías.
Por la noche
un caldo limpio,
en la televisión
debaten sin parar
los asuntos
de moda.
Se duerme con
la radio, también se despierta con ella.
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