Nunca se
rinde, recorre, impávido, las cloacas del alma.
Ayuda al
menesteroso con su corazón en flor, acaricia,
escucha,
entiende a la sombra herida, a la
víctima
le da refugio
con cariño de madre, acoge a la mujer
maltratada, al mendigo le cuenta los secretos de la vida.
Interfiere
como un ángel en la disputa, se entrega
al
sufrimiento y le dona guirnaldas de futuro, ama
la pobreza de los suburbios, porque el proscrito
merece apoyo,
comprensión, un lugar al sol.
Es anónimo
como el viento, es necesario como
un latido,
gracias a él, los desdichados, ríen.
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