Hay edades como esqueletos que sueñan.
Siempre estuviste ahí, en las primeras fotografías,
en el pulso del trabajo, en las conversaciones triviales
que repetimos una y otra vez, sin darnos cuenta.
Te refugias en los días felices como una máscara
que nadie invitó. Con los años te adueñas del pensamiento,
escarbas en la infelicidad, brotan de ti diamantes
oscuros que brillan en los cenotafios. Eres
la sombra que en mi vejez se arrima al corazón
del niño que fui, con la ternura del confidente
y una guadaña gris entre los dedos. Ven, habla
conmigo, dime las razones de tu amor despiadado,
tu amor que mata, ese amor donde ya balbucean
las últimas hojas de mi calendario.
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