domingo, 21 de junio de 2020

Aquel día

Miércoles, 15 de abril
cuando en la radio de Rosa
suena el ángelus.

Mediodía, tan lleno de luz,
los ventanales,
traslúcidos,
son como acuarios
de claridad.

En mi mano un libro de Bataille
- me atrae su mística,
el ausentarse de la piel
para recorrer los submundos del alma-,
lo compré el lunes
en una librería de viejo,
sin saber
qué
encontraría
entre sus páginas.

A la habitación llegan todos los sonidos de la calle:
el tráfico,
voces de amigos que se saludan,
un claxon,
el grito de una madre que riñe a su hija.

Es tan cotidiano
este día de abril
en
que
la
lluvia
por, una vez, se ausenta.

El cielo, intensamente azul,
un perfume de magnolio
-tenue, sutil-
entra por la ventana
desde el jardín de Paula.

Hoy que no he querido ir a la facultad,
no sé si por cansancio,
rebelión
o quién sabe,
lo último que esperaba era ver a mi cuñado.

El timbre,
estridente como un chirriar de uñas en el cristal,
rompió la monotonía de la mañana.

“Hola, Ramón”
-dijo Uxío-.

¿Qué haces tú aquí”
-le respondo-.

“Tu hermana está abajo en el coche,
nos vamos a Coruña, hay malas noticias”

“A qué te refieres”- le inquiero.

“Ya te lo dirá ella”.

Me vestí todo lo rápido que pude y bajamos.

“Papá tiene cáncer”– dijo, Elena, entre sollozos-.

No sabía
que en ese momento
el mundo cambiaría para mí.

A los dieciocho años,
estudiante,
un niño aún en muchas cosas,
debía enfrentarme a la vida,
madurar,
ser un hombre
ya para siempre.


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