Seguir, oír tus pasos, detrás del vidrio.
Es la longevidad de los recorridos
una trampa sin futuro,
la sonrisa indolente de la espera.
Llueve bajo el sol oscuro,
existes como un relámpago que aterriza en la playa
desnudando olas, sintiéndose luz.
Sé tu nombre y el halo que deja tu sombra en las aulas,
en las calles, en el rumor ambiguo de las conversaciones.
Sé que guardas en tu pecho una carta secreta,
escrita dulcemente,
como un juglar canta al amor y al desencuentro.
Sé que en los rizos de tu consciencia
se dibujan cuadros de bosques infinitos.
Si el recuerdo es un mapa de olvido,
islas, continentes y territorios te reflejan
en las horas grises de la vejez.
¿Será aún rubio tu cabello,
la voz que dibujaste en un mantel de juventud
hablará todavía como un colibrí
le habla al ayer?
La risa, la ilusión, las manos furtivas,
el rostro cercano y la piel que suda el rubor del éxtasis.
Ese es el óleo que se paraliza en la memoria,
Olímpia tú, Dánae infantil de mis quimeras.
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