Así se alumbró la bienvenida.
Creamos una burbuja viajera,
un resplandor entreverado,
la rama fértil en el angosto pasillo del tiempo.
Con qué amor vigilamos la piel, los sentidos,
el eco de su respirar.
Y volaron los pensamientos de la ilusión,
erguidos los espejos de la caricia y el futuro.
Cuidar al príncipe y un solo tambor en el silencio.
Otro lugar, en océanos varados,
mientras la luz ambigua reflejaba en el rostro
el crecimiento y la singladura.
Oh! sí, los juegos y las gracias como un estallido de címbalos,
la preocupación por un narciso que crece entre la bruma y la calma.
Escudos y gloria, el lago y el hielo
donde se desliza la conformidad,
tan azul, tan soñadora.
El mundo fácil es el mundo de las arañas,
codiciosas a la espera de un insecto, de un corazón, de un esqueje.
Y supuran los años hasta aquí,
en el lugar árido de los osos vespertinos,
carne que unge el dolor de una voz imberbe
que desconoce la sed del sacrificio,
la conjugación noble, la lid de la vida.
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