Tú sabrás el por qué de la noche. Los años
son cómplices y el reencuentro asoma como
un sol tardío. Ante el café tus manos hablan,
los labios, no. Hay en las pupilas una incógnita
sin voz, una justificación inútil. Hablar o decir
no significa volver, si la edad ha escrito ya
una historia sin nosotros. Es el mismo bar
varado en el humo, con su mármol de silencios
y la caoba ausente igual que un niño y su ángel. Sí,
aún soy yo, y tú, siempre serás tú. No dejes que el miedo,
la culpa o la caída ensombrezcan el instante en
que acomodas tu rostro contra ese vaho de luz,
el desliz simple del descuido. Yo espero a tus últimas
vocales como un agua sobre la estéril cenefa de la vida.
Nos miramos sin horas, ni días ni pasado, al decir
adiós una palidez dibuja rombos de nostalgia
en los cristales, prismas de una eternidad extraña
que en el recuerdo serán el caleidoscopio inmortal
de todas las derivas que fuimos.
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