sábado, 27 de enero de 2018

Al final solo acecha el miedo

Es la armonía o quizá la fibra exacta
de un cuerpo en plenitud.

Se tensan los hilos invisibles
que me cosen al yugo
de un vientre que aflora.

Vibran los pájaros bajo el cielo innombrable,
solo la palabra se escucha débil
como un rumor de agua encendida.

Te visito en el lugar de las sombras,
allí hay una música de dedos cautivos
y un iris que me busca sin querer
y no sabe aún de la doblez
de una presencia célibe
que habitara su luz.

En los sueños las alas se alzan
sin importar el presente de una isla
o la inmensidad de mil océanos
sin destino.

Me besas cuando ríe la niña
junto al clamor de un cine,
y yo entiendo a tu corazón
y quiero ser el remo que navegue a tu lado,
la lluvia que corone tu silencio.

Es lo mismo que un principio sin final,
la historia de los viajes azules,
los trenes, los ríos, el horizonte,
las colinas en que tantos
crepúsculos resistieron.

Y el difuso transcurrir de dos olas
que, de pronto, no armonizan el regreso,
cuando los años escriben preguntas diferentes
en los labios y la lejanía
es la proximidad de un mañana estéril.

Somos, que lo sepas,
un candil que ilumina el devenir del hijo,
entre nosotros ya no existe más que el temor
y ese abrazo desnudo que en la noche nos damos
como náufragos de un ayer
que ya no descubre
la huella de su ceniza.


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