Otra capa de horas, y yo callado.
Como filminas en un velo de agua
las Atlántidas de aquel misterio virgen
de los años sin edad.
El porvenir maquilla la singladura que afirmo,
la luz de un edificio, el mar gentil,
la asimetría de los paisajes
-lo nuevo-
y la mandrágora en la piel
o el cariño vestido de nubes,
quizá el aprecio que finge ser un árbol del paraíso
cuando es roca al trasluz del tiempo.
¿Las llagas?
no, el rosal de tus enaguas,
he ahí la catarata del ensueño
que se vierte en mis ojos
sin el dolor de las mentiras
ni la palidez de los silencios
que han naufragado en tu voz.
Es fácil, yo quiero un ojal
donde mi lengua no roce las esquirlas de un ayer de espinos,
quiero los enjambres que laboran el presente,
la columna en que mi tronco se apacigüe
como un pobre clamor de vida.
No creo en el círculo perfecto de los relojes,
mi sed galopa hacia los mundos invencibles
de tu abrazo.
Por eso te rondo
y al salpicar de fiesta tu designio,
yo escribo estas palabras contra la huída;
al saberte enciendo el fanal que guía el arrojo
de las noches sin desliz, sin tiempo ni retén,
solo el estallido que ya no recuerda su origen
podría, igual que un pájaro nómada, olvidarte.
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