Nunca supe decirte lo que quiero.
Tiembla la raíz de mi palabra
y no sé a qué conduce el estallido.
Pienso mi nombre y después el tuyo,
la verdad enciende un sol
que no ilumina mi caricia,
el pensamiento es un ave que olvida mi ser
y se anuncia en un crepúsculo de sombras.
Nunca he sabido del dulzor de una frase en tu seno,
mis llaves son preguntas,
mi selva cruje con los adioses muertos.
Quiero decirte que la noche no fue amarga,
al contrario, luces y cometas,
cristales encendidos iluminaron el instante
como luciérnagas de eternidad.
A menudo el acertijo de los dos cuerpos
se acompañó de una sílaba,
entonces el meteoro de un suspiro
levantó una vocal
hasta el equinoccio
donde viven los amantes
que una vez fuimos.
Mis versos se columpian
en la llaga ambigua de lo no dicho,
perdona esta herida
que en su reverso quisiera
un paraíso
o una piedad.
Te hablaré algún día
con la rosa de todos los silencios en mi lengua
para que te abras a mí
y los dos seamos un círculo perfecto
que se reescriba eternamente
en la memoria
de las huellas unívocas.
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