¿Por qué su estructura tan núbil,
su beso que ama el silencio?
Se agota como un grito en la niebla,
no admite más que la armonía,
el vuelo displicente de un suspiro.
Morirá en la huida,
en el roce de la solidez,
en el callado gesto de esa brizna de sol
que renace.
Pero qué hermoso el adiós de su fragilidad.
Cuando miro la blancura tenue
me acuerdo de la imposible resurrección de nosotros,
el ángel níveo que fue un instante de luz
donde las palabras exhibieron un resplandor
y los labios, la proximidad y el deseo
nos traspasaron con su efímera canción
de solsticio.
Así la nieve que roza los mundos
y cae igual que un anillo de agua.
Nunca sentí otra voz que la piedra,
sin embargo hoy resucita en mí
toda la quietud añorada de saberme lucidez en el tiempo,
copo que no renuncia a ser meteoro
que se funde bajo las horas blancas del olvido,
como tú y como yo
en un ayer sin memoria.
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