Ya no recuerdas el arco iris en tu vientre
ni la rebeldía como un títere que arrojara
fuera de sí su esclava inercia. Tu instinto de madre
se ha vuelto opaco, ejerces desde la altitud estéril
o desde las heridas que no has sabido entregar
al tiempo. Juzgas con la espalda encorvada
el giro de los alevines, sus cabriolas en el aire,
su necesidad de engullir a sorbos la vida para
así nadar en su raíz. Desnuda de ti la edad, vuelve
al seno de la juventud y, después, háblale al hijo
de igual a igual, los dos bajo la inocencia de
entenderse a la luz de las frágiles notas de una
felicidad fructífera que, juntos, aún podéis construir.
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