Estuvo allí
en los juegos y en la inocencia
como un latido que nadie soñó.
Hace tanto tiempo de la juventud
que su minuto huele a un ángel de olvido.
La esperanza, sí,
y sus nombres albinos,
la esperanza en las rodillas de Teresa
o en el labio agreste de María.
Mi razón-sin olas,
macerada por la edad-
escoge la ilusión de esos sueños impronunciables
que apenas se musitan después del alcohol
y de los suburbios de la noche.
Su candor elige una máscara dulce
y te la devuelve con la música del silencio
en un ataúd alado.
Siempre como una bandera hacia la que ir
cuando la tierra es magma
y la ilusión persiste con sus columpios incólumes.
Y yo igual que un astronauta de la vida
me fijo en su luz, me engaño
y tiemblo bajo su párpado
porque no quiero un mañana de sombras
sino una cinta que me recorra
y me abrace con la ternura de los niños
y el pálpito invencible
de su rumor celeste.
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