Una vida nueva empieza sin querer,
entre vagas sombras
o días sin nombre.
Otra ciudad es tuya
con sus nubes escarlata,
piedra en la piedra los jeroglíficos del destino,
la armonía de unos pasos
que no invitan al silencio.
Yo busco lo que aún no soy
en las paredes albas de las calles oscuras.
Hay palomas que agitan los círculos
donde gime la infancia.
De pronto la luz bulle como una reliquia
porque descubro una voz en mí
e ilumino los rosarios que nadie bendijo.
Y allí estás tú,
con la estatura de los ángeles,
con la curva feliz de tu cuerpo álgido.
Una vida nueva es como un ajedrez
en el que se van ubicando las piezas
con el alma alegre de los arco iris.
En el centro de tu corazón
los gnomos te saludan
igual que divertidas marionetas,
en tus pómulos un rojo abstracto
se acalora con la presencia de mi sexo
que alza su flor ante ti.
Son las horas que ya no vivirás,
el silogismo de los bares y su infinita penumbra,
el olor ambiguo que la piel deja
en tu sonrisa callada.
Qué de ese ritmo de nalgas encendidas
o la costumbre de escribir en los cristales
el sortilegio incólume de un deseo.
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