Es difícil asumir que los abrazos mueren.
O que el beso escribe otro signo
y no retorna al sol.
Sin embargo,
tras la huella que ha sido una,
tras el suburbio de los cuerpos en éxtasis,
después de la meditación de las palabras
un grácil oasis persiste.
¿Será la desnudez de la noche
o los cánticos que irrumpen en la piel
como felices golondrinas
para no oír los silencios
que crecen entre nosotros?
Mi incógnita se desdobla en la tuya,
ambas existen porque nos miramos.
Ayer se durmió tu nube perdida,
el cansancio que vuela como un pájaro exhausto.
Son los copos de la edad que me vencen
o el azul sin regreso que apacigua el mar
cuando las olas dibujan una memoria de piedra
en la que habitamos como niños heridos
que ya no comprenden el lienzo que cubre la sima,
el resplandor alado de los misterios,
la voz innoble de las denuncias.
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