viernes, 24 de febrero de 2017
Las soledades compartidas
No hallarás un charco que te habite.
Ni el embrión ni la suerte de una familia dócil,
ni los párpados de los cristales
o el viento sur de la memoria
recordarán el brillo
de las voces en fuga.
Es como un faro el silencio roto
que arrastra las luces de los meses impertérritos
hacia el acuario donde vive la noche.
No hay virginidad
porque las huellas se hablan,
tu padre, tu madre,
silabean el tiempo
y en tu incógnita un resumen frío
penetra igual que una doctrina
o un himno nunca fértil.
Sí,
parece que hubieras doblado la apuesta
y en el cromosoma desconocido
una equis te poblara,
razón de vida,
igualdad de los prismas
que no sufren.
Aun siendo iguales hablamos distinto,
cuando tu presencia
es un sonido de arpegios y lunas
yo me doblo en el espejo que te palpa.
Después de los años
solo puede sobrevivir la dejadez,
la ilusión de compartir lo neutro,
una caracola muda
en la orilla de un mar sin nombre.
Entre las idas paralelas un eco nos divierte,
lo que digas tú, será lo que diga yo,
aunque suene a rojo aullido
o voz que clama el origen de la niebla,
un suburbio amable.
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