Un convite de voces habla sin querer. Tú y el ladrido
de ese perro nuestro, la sílaba y su mueca, el pronombre
que imagina ayeres perdidos, juegos que comulgan con la luz,
chistes o anécdotas que diluvian como labios. Hoy vendrá papá
con su mecánica sin flor, después caerá la cicatriz de un día
en la llaga azul de los cantos fríos. Él te verá y yo veré al fin
los ecos. El salón que a menudo miente, los dormitorios
como jaulas breves del cansancio. Y la cautividad
de las fechas dormidas con sus sonajeros tristes
de bienaventuranza y pájaros rotos. Aún recuerdo
los horarios que fingen un redoble en mis nalgas,
también el desliz o el abrazo de una lluvia cálida.
Todos son vagos trasluces que tejen su telaraña
en los huesos de la memoria, para existir en el rebumbio
de la dulzura o en el pánico que me nombra cuando
el pensamiento se desnuda y tan solo queda
el visaje amargo del adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario