En la cruz de los espacios cerrados
viven cien incógnitas
baldías.
Lo que yo digo,
lo que calla el aire,
una voz en los cristales,
la conciencia de ser tiempo
en los ojos de una araña que cuelga
son preguntas sin patria.
Allí estamos
con los pensamientos y las tareas,
con el ocio y la calígine,
con los sueños que nos acompañan
en las horas del dulzor.
Hablamos del hoy y del ayer,
de las anécdotas que muerden la luz
al vibrar los hombros de la melancolía.
También de las historias mínimas
que encendimos sin querer
al abrazar la niebla
nuestro río de paz.
¿Cuántos son los círculos, las llaves,
el éxtasis de conocer países
que nos abrieron su vientre
en los veranos más dulces?
Se mueren, se mueren los recuerdos febriles
y queda el mosaico de la vida hostil.
¡No claudiques, amor,
aunque el refugio sea de espinas
o la sombra nos amanezca sobre el rostro
o los tambores suenen a letanía
en las orillas de la quietud!
Siempre existirá una vivencia,
una llama, una cicatriz
que escriba sobre los días
su canción sempiterna
de ecos y puentes
junto al confín del olvido.
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