En mis piernas de alambre vive un sueño.
Son gárgolas de septiembre
que esperan el agua de la vida.
Así yo, espectro que transcurre
como aire en un viaje
me acomodo a la historia que vendrá,
inconsciente de la aurora
que sobrevive a los pies de barro,
a esos hierros que la herencia quiere imponer
desde su trono.
No hay esponja más débil
que el terror en las pupilas de un niño
cuando un caudal aparece con máscaras y voces
a cubrir la singladura que nace.
Desde una habitación que se abraza a mí,
mientras las palomas estrechan el espacio de los alféizares
y una música que se repite atraviesa mi piel,
llora en mis pensamientos y ya no vuelve,
después de saberme isla y virtud, silencio,
soledad en los ojos indiscretos del futuro,
yo afirmo que mi estatura crece
hacia la imagen de otra imagen
tras la edad que brotará
en apenas dos minutos de tiempo.
Piedras infinitas que son mías,
la simbología ya no duda en mi piel virgen,
preguntaré a los que se van por la semilla del fulgor,
¡qué sed la de aquellos días,
rotos por la secuencia del amparo y la ilusión,
bendecidos por el carmín que me dejaste entrever
cuando tu labio ya era noche!
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