Salir al instante del otro,
verse en la encíclica del tiempo
con el cristal empañado
por las huellas de la vida.
Sentir los sucesos en el aire,
su peso es el peso del presente,
su singladura la mano que te atrapa
en el vaivén agitado de la celeridad.
Todo ha sido un eco sin orillas,
este caudal nunca pareció quererte
-se ausentó de ti anhelando un horizonte difuso-.
Las compañías latieron en el breve anuncio de su existir,
las manos viajeras azuzaron sus alas
sobre otros cuerpos
que ya no eran el mío.
Levedad del sol y del agua,
cercanía del frío y de la destemplanza,
surtidores en los labios cuando el beso fue ola quieta
en el secreto de nosotros.
Vuelve el idioma: látigo que corroe la espera
de querer un significado entre las fugas del deseo.
Queridos fantasmas no me enseñéis el rito del olvido,
acudid con vuestros vientres azules
hasta mi camastro roto.
Susurradme las canciones de la alegría
mientras el vendaval acuna mi desapego
(que sea la noche el espectáculo que no viviré,
la luz iluminada por la herida)
bajo esta cicatriz
que es un racimo de cálices derrotados.
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