La tranquilidad de la luz en mi cama desnuda.
Los objetos que lloraron cuando no hubo ayer
ni mentira. Sin quererlo miro el reloj y no sé
a qué día viene. Las alfombras cubren la sed
de los pasillos como una piel bendecida o un ósculo
dorado. Estáis vosotros-vuestra ternura, el diagrama
de un silencio que aún recuerdo-. En el zócalo no
existe mi voz, puede que todavía no haya nacido
o que en la luz viva el único sueño que conozco.
Dejadme ser la casa que os cobije, venid junto
a mí, con la dulce levedad de lo que no ha sido,
ni será ni es.
Muy sugerente este trato amistoso con los fantasmas que nos habitan. Salud.
ResponderEliminarGracias, Julio, por pasarte por aquí y dejarme este comentario. Un abrazo.
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