Apretujé entre tus senos
una gota de lluvia,
la cárcel de nosotros, la memoria del agua
para siempre.
Pero en ti la calidez era un signo,
amapolas bendecidas
por el sol de abril.
No me busques en los laberintos que desconoces,
enciende la calle que es nuestra
o dirige tus pasos hacia lo inconcebible
para que sea un músculo el deseo.
Viajas en la singladura de los libros,
te acercas a las fachadas rotas,
al cáliz de un dibujo que te llama.
Yo regreso al perfil de tu ausencia
como un ciervo sin fe
o un dromedario triste.
Me asedian los ejércitos de la juventud,
ah! de la noctámbula efigie del ayer,
los ojos bendecidos
por la lujuria alegre.
En la oscuridad brincan palomas
y suda el confín que alerta
a los viejos fetiches de la noche.
Tú vendrás aunque sea frágil el perdón,
¿dejarás el maquillaje en tu oratorio
o cada poco enseñaras tu carne al azul,
a mí, a mi voz de ventrílocuo?
A veces el mar te nombra,
su murmullo sacia los ecos
y escribe un himno sin gloria.
Te veré o me verás
con esa sed que ensimisma el destino
y seremos las hojas de un páramo
que reverdecen como un maquillaje
en los días o en las horas del recuerdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario