miércoles, 16 de noviembre de 2016

El interior deshabitado


Desde dentro,
desde aquí dentro yo me miro.

Es el esófago del tiempo lo que veo:
partituras breves, soplos de aire,
enigmas sin rostro,
una secuencia de huellas azules
que vagan entre el acento infantil de mis pupilas.

Alguien hereda los paisajes
y no sabe qué cuerpo finge como un fantasma
la caricia del silencio.

Así mi corazón
-perdido en la losa que no grabé
por no ser tú jazmín de piedra-
vuelve a las calles donde la simetría existió
como una canción desconocida
o un suburbio alimentado de luces
que nadie ve.

¿Serán éstas las llaves de un paraíso disconforme,
la imagen que busca el latido de un perfil próximo
y se acuesta en la luz de dos sinónimos
sin ocaso?

No volverá la lluvia que agitaba tu nombre,
tampoco las ciudades que a menudo habitamos
en el parpadeo de un presente.

Si regreso a los días del tren
es para escuchar la voz que nunca hablaste,
una mirada que prosigue
más allá de la opacidad de mi sombra.

¿Hacia qué frenesí
o en qué símbolo de paz
se arrodilla la palabra que rozó un significado
que, insomne, oí?

Lentamente tus labios se abren
hacia el marfil de mis sueños

Ya no dicen nada,
ya son nadie.

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