Ayer se encendió la bruma del viaje.
Todo eran casas sin balcones,
un espejismo en el mar,
la cuesta abajo del silencio.
¿Quién sabe de la edad, en dónde su principio,
en qué finitud su mortal rio de invierno?
Como si el hado lanzara una flecha al abismo,
como las plumas de un ave perdida
o la flor del orgullo
cuando nieva en la mansedumbre
de un recorrido imposible de entender.
Mil horas caidas dibujan la lluvia
en el ínclito espejo del dia;
las canciones no crecen
porque el azar elige su lúgubre miedo
y clama a su pesar por lo vivido
en las orillas de este paraíso inconcluso
que es tan solo piedad.
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