¿Quién invitó a la palabra,
dónde sus acertijos o el jazmín sin olor
que agita?
Primero es la piel, la imagen,
los senos que crecen.
Después la melancolia y el misterio,
el porqué navega tu sol perdido
hacia la oscura playa de un espejo.
En el bar las historias son simples,
el vals de un camarero, la virtud de la rutina
pregunta por la hora no nombrada,
el caparazón de un estudiante
lee sueños
en manteles sin luz.
Y tú que destrozas el cansancio
y me dedicas la incógnita
o la flor imberbe que huye del hemisferio
y te marca como un astro azul.
Te diré de mis incendios,
te diré de la noche
que siempre ha poseído un don.
Todo dura lo que dura el rayo de un signo,
de pronto la raíz se instala en el dulzor frío
de unos labios y apura su corazón de mariposas
engarzadas a la lluvia blanca,
al óxido de un pretérito
que no será llave de un futuro fértil,
que sólo ansia ser ausencia del hoy,
del ayer, del para siempre en ti,
en tu café despiadado.
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